martes, 10 de abril de 2012

Se me agotó la inocencia.



Os comunico a todos que mi bici del pueblo ha sido robada. Os lo digo en pasiva, por darle más importancia al hecho que a la persona que lo hizo. Algunos de vosotros la conocíais, cariñosamente le llamaba “mi hierro”, pues era uno de las primeros modelos de montaña que aparecieron en el mercado muchos años atrás, carecía de suspensión, su exigua frenada permitía detenerme justo unos centímetros antes de llegar a la pared, la dirección estaba rota y emitía un sospechoso y preocupante sonido de traqueteo que la hacía inconfundible allá donde pasara.

Ella fue la que me inició en el arte de la contemplación en silencio, del pensamiento libre de ruidos, de ser el primero en oler la primavera, del premio siempre por el esfuerzo precedido, de la libertad en mis desplazamientos, de no depender más que de un bidón de agua y un par de huesitos.

A ella también le agradezco, que en su despedida me haya abierto los ojos, al nacimiento de un nuevo pueblo, donde las macetas desaparecen de los balcones, las puertas temen quedar abiertas, donde no todos te devuelven los buenos días, y por las tardes no todos duermen la siesta. Ahora por los tejados resbalan además de la lluvia, la melancolía y las malas intenciones.

Disfrutó hasta el último momento de la libertad trabajada a lo largo de los siglos por la gente sencilla de mi pueblo, apoyada frente a la soleada pared de mi casa.

A mis antepasados les digo, que su pueblo ha cambiado, pues la miseria humana ya no está de paso, se ha establecido, furtiva, entre paredes encaladas, la plaza de la iglesia y la umbría de los patios.

Mi vieja bici, se la llevaron, sin oponer resistencia, rompieron en mil pedazos, mi última gota de inocencia y a la vez sin saberlo, un par de versos.












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