lunes, 12 de septiembre de 2011

He oído a la muerte.

He oído a la muerte, 
llamar a la puerta de enfrente,
llamaba con puños callados,
sonaba diferente,
le abrían sin miedo ni espanto,
como a un familiar,
largo tiempo ausente,
la dueña venía a cobrar,
y dejaba un beso en la frente,
llevaba del brazo a un dormido,
un amigo, un ser viviente,
y pedía a sus hijas le lloren,
a cambio de un día,
llegar a ser más fuertes,
aunque ellas preferían,
ser frágiles y cobardes,
ser hierba que se marchita,
abrazadas a su padre.


He sentido a la muerte,
como algo muy presente,
que siega callada de un tajo,
bajo un sol creciente,
y siembra dolor por los campos,
los mares y las gentes.


A la memoria de Vicente V.

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