miércoles, 6 de abril de 2011

Erase una vez

Erase una vez un pueblecito de mar en el que sus habitantes vivían muy felices. Mujeres y hombres trabajaban de día y se amaban por las noches. Sus hijos crecían sanos y fuertes, estudiaban lecciones y practicaban deportes. Gozaban de unas leyes escritas años atrás por dirigentes virtuosos, las cuales prohibían cualquier tipo de discriminación por sexo, raza, creencia o lugar de procedencia, además de ser solidarias con los más necesitados del pueblo, garantizando para todos las mismas oportunidades y la misma prosperidad. Tanto era del trabajo y bienestar de sus habitantes que éstos dejaron de tener tiempo e ilusión para cumplir con sus labores domésticas, los agricultores no daban abasto a recoger los frutos de sus cosechas, los pescadores necesitaban más brazos fuertes para extraer los peces del agua, los banqueros más clientes a los que prestar su dinero, los constructores no podían acarrear con todos los sacos de cemento necesarios para levantar, viviendas, hospitales, carreteras y escuelas proyectadas por técnicos e ingenieros que no cesaban de garabatear y calcular en sus despachos. Por todo ello, poco a poco fueron permitiendo que gente de otros pueblos, con otras lenguas, costumbres, creencias, otras formas de pensar, se establecieran junto a ellos para ayudarles a soportar el que parecía un crecimiento sin límites.


Los llegados de fuera se encargaron de todas aquellas tareas que no llegaban a realizar los que llevaban allí viviendo más años, limpiando sus casas, vigilando sus empresas por la noche, cuidando de sus ancianos, etc, etc. De esta manera los trabajos más duros y pesados quedaron cubiertos, aliviando y ayudando a prosperar al pueblo en su conjunto.


Los llegados de fuera solían tener los salarios peor retribuidos, además muchos de los antiguos habitantes se aprovecharon de su ignorancia y precariedad pagándoles sus honorarios a escondidas y por debajo de lo que mandaban las normas establecidas, infringiendo así la ley. A pesar de todo,  aceptaron silenciosamente las condiciones para poder seguir ayudando a sus familias que habían dejado sobreviviendo en otros países.


Pasaron así, a ser los más necesitados del pueblo, pero gracias a las sabias leyes anteriormente establecidas, pudieron tener para ellos y sus hijos las mismas oportunidades que los que llevaban más años allí viviendo, la misma sanidad, la misma educación, los mismos derechos, obligaciones y las mismas ayudas que años atrás habían hecho crecer a los antiguos moradores de aquel pueblo.


Dicen que un día llegó un tsunami financiero y todo aquel esplendor y crecimiento desmesurado se paralizó. Muchas personas perdieron primero sus trabajos, luego sus bienes. Ahora los lugareños volvían a limpiar sus hogares, cuidar de sus mayores, tapiar las viviendas deshabitadas sin acabar y a tener que vivir con muchos menos desahogos.


Entre ellos se alzaron algunas voces que daban salida a su rabia y preocupación.


-La culpa de todo esto debe ser de los que llevan menos tiempo entre nosotros!
Un padre dijo -Sí, les quitan el empleo a nuestros hijos!
Una madre gritó: -Colapsan la sanidad y los médicos tardan semanas en visitarnos!- y añadió:
-y se llevan las ayudas y becas en estudios que hace años fueron para nosotros!- -A por ellos, rápido hagamos una gran hoguera en la plaza del pueblo!-


Todo ocurrió muy deprisa, la histeria se contagió de unos a otros como la pólvora encendida. Habían hallado la solución a sus problemas, una solución fácil, sencilla y rápida.


Mientras ardían los cuerpos de los ciudadanos que llevaban menos tiempo en aquel pueblo, sus dirigentes desde el balcón del ayuntamiento resoplaron con gran alivio al ver que nadie se había fijado en ellos para recriminarles tal vez, sus escasas inversiones en sanidad, o las nefastas medidas educativas tomadas, o las insuficientes ayudas para los más necesitados, o su facilidad de dilapidar el dinero de sus ciudadanos y no ser capaces de hacer bien su trabajo para el conjunto de la comunidad.


Años más tarde, volvió el esplendor a aquel pueblo, volvieron a necesitar mano de obra de otros lugares, y los hijos de aquellos antiguos ciudadanos pudieron viajar a otros países más avanzados a perfeccionar sus estudios y conocer nuevas culturas, por supuesto, buscando, aprovechando y beneficiándose de todas las ayudas que les pudiesen ofrecer.






Esto era un vasco, un rumano, un catalán y un paquistaní que...
Generalizar, sólo para contar chistes malos.




Marianna, Delia, Chaudrhry, Muhammad Asif, Tomás Bustamente, Rashid, fueron arrojados dentro de aquella gran pira. Eran compañeros míos de trabajo, vecinos míos o conocidos. Eran buena gente.

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